domingo, 17 de julio de 2011

Me gustan los viejos

Me gusta el rostro de los viejos,
de carne viva, pegada a los años,
rostros pálidos, de surcos y de cuevas,
de ojos húmedos y labios resecos.
Andan hacia un horizonte incierto
con altivez, fervor y desapego;
aquel destino es tanto inquieto
para el joven bello,
como para el viejo yermo;
mas, el viejo sabio lo tiene claro,
por eso, ciego, se entrega al sendero,
con mucha valentía y a fuego lento.
Me gusta el cuerpo de los viejos,
con huesos orgullosos de experiencia
y manos manchadas en la historia
de familias, razones y querencias.
Me gusta su mirada adolorida
de insondables y numerosas vidas
reviven sus historias preferidas
cada vez que los provocan las heridas.
Tornan su fragilidad en poderío
y se ríen de los días y su fuerza;
pues la vida, al final, siempre regala
un homenaje en amores y recuerdos.
Me gusta que los viejos se apoltronen
a esperar con paciencia la guadaña;
no temen a la risa de la parca,
saben que esta vida está prestada.
Sólo la nostalgia los quebranta,
de haber dejado cien historias a su espalda;
cuentos de aventuras, ideales y dolores
pasiones que se cuelgan en la estampa.
Me gusta la risa de los viejos,
lenta y embriagada de bonanzas;
regalada a los sueños de varones
y a los vuelcos en los vientres de las damas.
Me gusta la mirada de los viejos,
habituada a llegarte hasta la entraña,
me gusta que no sepan ya las horas
que les quedan de sabores y festejos.
Me gusta caminar junto a los viejos,
aprender de ellos la esperanza,
entregar con ellos la paciencia
a una vida que se va con la añoranza.

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