domingo, 17 de abril de 2011

Su olor en mi memoria

Su olor quedó impregnado en mi memoria,
cual furioso viento, en árboles de invierno
como se queda la sal en el mar eterno,
como se quedó en mi niñez la navidad.
A cada inhalación vital yo lo respiro,
entra en mi pecho, sigiloso e invisible,
se mete inquietante en mis silencios,
fiel secuestrador de mis sentidos.
Sin razón alguna, sin aviso, ni permiso,
por sorpresa, se fue de noche, un mal día,
su piel canela la dejó en el cobertizo,
y me dejó su dulce olor por compañía.
Él ya sabía que la muerte lo acechaba,
desde hace meses oteaba en lontananza,
errada pensaba para siempre su aventura
de explorar sin rumbo inquieto y sin un mapa.
Él decía que en la vida no hay caminos,
y que sólo se conocen los principios,
sus abrazos convertidos en buen vino,
los dejó sin testamento, ni designios.
Mientras pudo me regaló su melodía,
me entregó fervor, especias, su alegría,
sólo cuando supo que la parca lo vencía
se esfumó, sigiloso, de mis brazos ese día.
Pasear por la memoria sus aromas y sabores
rompe lo feroz y cruel de la mortaja,
y regala a su cuerpo febriles los honores
que permite el dolor de la nostalgia.
Los besos de miel y de pimienta que nos dimos,
penden de paredes en mi casa, cual racimos,
entablan con el silencio discusión apasionada,
si recuerdo su olor a naranjas y cominos.
Su olor se atoró en mi memoria,
aunque partió sin aviso, ni advertencias,
así vive rodeándome con su alma,
y yo bendecida con sus ojos y sus ansias.

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